¿Usted es colombiano? ¿No sabe lo que es eso?
Por: Yolanda Ossa
Mi primera experiencia como "colombiana" ocurrió en la ciudad de Boston en el año 1994. Tenía en ese entonces 11 años y por situaciones y circunstancias me encontraba viviendo allá junto con mi familia, y cursaba sexto grado (para la generación de mis papás, eso equivale a primero de bachillerato). Ese día entre al baño de las niñas y me llamó la atención percibir un olor extraño. No del tipo común que se perciben en los baños públicos para los que la palabra "extraño" es un eufemismo. "Extraño" en el sentido literal: desconocido, nuevo, raro, original… Empecé a buscar la fuente de este olor hasta que en el marco de la ventana del baño encontré un cigarrillo. Era particular. No tenia marca, ni filtro y parecía casi hecho a mano. Enrollado se podría decir. Nunca había visto algo igual, y mi curiosidad infinita me llevo a recogerlo. En ese preciso momento entró otra niña al baño. Ella era dos años mayor pero teníamos una clase juntas y por eso me conocía y sabía de mi lo más básico, que yo era colombiana. Cuando me vio con dicho cigarrillo en la mano, se rió y me dijo: "pensé que en tu país solo la cultivaban". Yo le explique la situación, le dije que el cigarrillo no era mío, y que no entendía que me quería decir ya que, en realidad, mi país no era conocido por sembrar tabaco. "¿Tabaco?", me dijo. "No. eso NO es tabaco." Mi confusión llegó a su máximo límite en ese instante. "¿Ah, no? Entonces, ¿que es?" Juro por mi vida que nunca antes, ni jamás después, he vuelto a ver una cara de asombro tal como la que esa niña puso cuando yo le dije que no sabia que era lo que tenía en la mano. Y me respondió con una pregunta, que hasta hoy no he podido superar, ni terminar de contestar:
"¿Tu eres colombiana, y no sabes que es eso?"
Lo cierto es que no. Para responder la pregunta en su sentido literal, no sabía que era eso. Pero la respuesta a la pregunta figurativa era igual. Yo, que era, (y sigo siendo) colombiana, en ese momento no sabía que significaba serlo. Ese día lo entendí. Porque entendí que ella, al verme parada en un baño con un porro en la mano, nunca asumió que eso fuera un error inocente impulsado por una curiosidad obsesiva que es innata en mí. Asumió, en su increíble ignorancia, que era perfectamente lógico que yo, una colombiana, tuviera un porro en la mano. Como es lógico ver a un alemán tomando cerveza, a un brasilero jugando fútbol, y a los gringos metidos en problemas que no les corresponden.
Maldije ese día la ignorancia de la gringa. También maldije mi curiosidad. La misma que mi abuelo tanto me admiraba, porque decía que tan grande como lo fuera, así mismo sería mi sabiduría. Pero lo cierto es que ni su ignorancia, ni mi curiosidad me habían puesto en esa situación, a pesar de que ninguna contribuyo particularmente con la causa. En esa situación me pusieron Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, Los hermanos Rodríguez Orejuela y los otros pocos, pero precisos que se han encargado de manchar la historia y la reputación de Colombia.
Todos esos nombres y el legado de sus acciones nos han quitado a los colombianos muchos derechos en el exterior. Uno de esos es que ya no tenemos derecho a ser curiosos. No tenemos derecho a cuestionar, indagar, investigar, desarrollar, producir, inventar, ni tomar acción y/o paso que pueda resultar en una falla, porque de ser ese el caso, no se nos juzgaría como individuos, sino como colombianos. Y "colombianos" de acuerdo al significado que los narcotraficantes y terroristas le han dado.
En el exterior, los colores de mi bandera, símbolo que a mí me llena de orgullo, es un karma. Es una letra escarlata que llevamos, que aunque no se vea, pesa e inspira vergüenza. Y nosotros no somos un pueblo común. Nuestra nacionalidad es parte de nuestra individualidad porque es un atributo innegable, y se expresa en el patriotismo casi enfermizo que sentimos. Es difícil ser colombiano en el exterior porque se vuelve una labor de defensa y justificación constante. A nosotros no nos toca como a los italianos, que a pesar de haber sido sede de las dos entidades mas poderosas y corruptas de la historia, la iglesia y la mafia, se les admira por ser la meca del arte, de la moda, de la arquitectura, y la cuna de algunos de los mas renombrados artistas, literatos y creadores de todos los tiempos. Ni tampoco tenemos la suerte de los franceses que, cuando se presentan como tales los elogian por su pan, sus papas, sus besos, o, en el peor de los casos, por la Torre Eiffel y la costa azul. Y hoy en día se puede decir que nadie relaciona a los ingleses con la imposición del apartheid en Sudáfrica, ni con la colonización sangrienta de Australia, ni con ninguna de las atrocidades que cometieron como potencia imperial, cuando saqueaban las tumbas egipcias y recorrían el mundo entero robando el arte y los tesoros de cada pueblo. Arte que ahora reposa en los museos de Londres, donde nadie cuestiona su precedencia ya que todos son museos "reales". Y bueno, en realidad, ¿que importan un par de masacres, uno que otro santuario ultrajado y un par de cuadros robados cuando David Beckham, Los Rolling Stones y los Beatles son de allá? Y yo me pregunto, ¿como es posible que un par de goles a media distancia, una canción de un puente que se esta cayendo, y cuatro idiotas con el mismo peinado logren borrar la imagen de siglos de atrocidades cometidas por sus compatriotas? Mientras que nosotros, por cargar uno que otro avioncito con cocaína por orden y demanda del tío SAM, somos el diablo en bola.
Todos esos países, que me encantan, y contra los que no tengo nada, tienen una historia de sangre y violencia que si se mide numéricamente, supera las contribuciones que cada uno ha hecho a la humanidad. Pero aun así, brillan. Nosotros tenemos un país en el que lo bueno supera lo malo de forma exponencial. Y a pesar de eso, como diría mi padre, "estamos cagados". La Colombia que existe fuera del país, es de mentiras. De pocas mentiras, pero de tal dimensión, que superan todas las verdades que nosotros conocemos. Y los que hemos vivido en el exterior, tenemos que concientizarnos que la lucha por el país empieza con la imagen positiva que de este presentemos para limpiar la reputación que los mentirosos nos dejaron. Hay que dar la cara. La cara de verdad. Porque es verdad que aquí SE HABLA ESPAÑOL, y no solo eso, sino el mejor! Aquí, las gordas que inspiran a Fernando caminan sueltas por la calle, y Macondo no es mágico, es nuestro realismo…nuestra realidad. Aquí tenemos nieve al nivel del mar en una tierra célebre por su olvido. Y aquí se rumbea por cultura, porque nuestros carnavales son tan increíbles que son patrimonio histórico de la humanidad, porque la verdad es que SOLO en Barranquilla se baila así.
Esa es la Colombia de verdad. La de los ríos y los 2 océanos y las cumbias y los acordeones que le cantan a nuestra diversidad. La de murallas, historias, sierras, valles, montanas y cordilleras que nos surten de climas, especies y flores en toda su variedad. La de los rolos, los caleños, los opitas, y el encanto de la costa y los costeños. La misma que se invento a Gabo, a Carlos, a Juanes y a Shakira, los cuidó y los crió para que ellos salieran a proclamar la grandeza de su madre. La Colombia de verdad fue la que le metió 5 a Argentina en el Monumental de River y la que todos llevamos dentro como nuestra mayor pasión. De esa pasión debemos ser embajadores para que el mundo sepa la verdad de nuestro país. El amor por nuestra tierra y la convicción de su belleza es la mejor arma para luchar contra la ignorancia del mundo por nuestra imagen.
Pero aprendan de mi experiencia y sepan que no han sido suficientes los goles del Pibe, ni las caderas… digo, las canciones de Shakira, ni los 17 Aurelianos Buendía y las Ferminas Daza. Todavía falta. Y prepárense porque como me toco a mí, a ustedes también les tocara responder, son colombianos… ¿no saben lo que eso es?